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Fascias: la red oculta que conecta todo nuestro cuerpo


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Cuando pensamos en el movimiento, solemos imaginar músculos y huesos trabajando juntos. Sin embargo, las investigaciones más recientes demuestran que hay un gran protagonista que casi nunca nombramos: la fascia.


La fascia es un tejido conectivo fino pero resistente que envuelve y conecta músculos, huesos, órganos y vasos sanguíneos. Imagina un mono elástico que cubre todo el cuerpo: así funcionan nuestras fascias. Si una zona se tensa, la tensión se transmite a toda la red. Por eso un problema en el pie puede reflejarse en la espalda, o una mala postura en dolor de cabeza.




¿Para qué sirven las fascias?



Las fascias no son un simple “envoltorio”. Cumplen funciones esenciales:


  • Dan forma al cuerpo.

  • Transmiten fuerzas entre músculos y huesos.

  • Sienten: tienen muchísimos receptores nerviosos que nos permiten percibir el movimiento.

  • Protegen: almacenan agua, grasa y células inmunitarias.



Y lo más sorprendente: las fascias tienen memoria. Guardan la huella de nuestros movimientos, posturas, hábitos e incluso emociones.




Los “trenes anatómicos”



El investigador Thomas Myers desarrolló la teoría de los “Anatomy Trains” o trenes anatómicos: líneas fasciales que conectan diferentes partes del cuerpo.


  • Línea superficial posterior: va desde la planta del pie hasta la cabeza; mantiene la postura.

  • Línea en espiral: rodea el cuerpo en diagonal; ayuda a girar y coordinar movimientos.

  • Línea frontal profunda: conecta los pies con el diafragma y la mandíbula; es el eje interno de estabilidad.



Gracias a estas cadenas entendemos por qué una lesión o tensión rara vez se limita a un solo lugar: todo está interconectado.




¿Cómo mantener las fascias sanas?



Las fascias pueden volverse rígidas, perder elasticidad o “pegarse” unas con otras. Factores como la falta de movimiento, el exceso de ejercicio, el estrés, las lesiones o la deshidratación las afectan directamente.


Ejemplos prácticos para cuidarlas:


  1. Movimiento + hidratación. No basta con beber agua: hay que moverse para que los líquidos circulen en la fascia.

  2. Estiramientos lentos. El yoga y las posturas estáticas favorecen la plasticidad fascial.

  3. Movimientos elásticos. Saltar, correr con cambios de ritmo o bailar estimula la elasticidad.

  4. Liberación miofascial. Usar rodillos o pelotas ayuda a deshacer adherencias.

  5. Respiración consciente. Trabajar con el diafragma activa la línea frontal profunda y mejora la circulación.





¿Sabías que…?



  • La fascia tarda hasta 2 años en regenerarse.

  • La celulitis se relaciona con fascias rígidas.

  • La fascia es también el “cuerpo emocional”: guarda tensiones y emociones.

  • Repetir siempre los mismos movimientos la debilita, aumentando el riesgo de lesiones.





Conclusión



La fascia no es un detalle anatómico: es el verdadero órgano del movimiento. Nos conecta de pies a cabeza en una sola red, influye en nuestra postura, en nuestra flexibilidad, en la prevención de lesiones y hasta en nuestro estado emocional.


Cuidar de nuestras fascias significa cuidar de todo el cuerpo. Un poco de movimiento variado, respiración consciente y atención a nuestras sensaciones pueden marcar la diferencia entre un cuerpo rígido y uno lleno de vitalidad.

 
 
 

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